Hablar de tu tristeza no sirve de nada.
No sirve si lo que quieres es seguir haciéndote la víctima. Es inútil si prefieres que los que te conocen te pregunten cada diez minutos qué te pasa que hace mucho tiempo que no te ven sonreir.
Seguir diciendo «no sé» es lo mejor que puedes hacer.
Cuando te pregunta tu madre, tu mejor ex-amiga o te mira tu perro con cara de «¿qué te pasa, amiguita?», lo mejor es que digas no lo sé, estoy triste.
No me encuentro bien. Estoy mal. Y ya está.
Ese es tu análisis. Tantos años de escuela para decir «estoy mal».
Ni siquiera quieres hacer caso a tu terapeuta y ponerle palabras a esa sensación que te paraliza el cuerpo.
Tu prefieres ir con tu cara de Candy Candy por el mundo.
Hay algo que te gusta de todo eso. Te gusta que vayan detrás de ti a preguntarte qué necesitas. Y a la tercera pregunta, les despachas de mala manera porque te están agobiando. Quieres que te dejen en paz.
Pero no es así, porque cuando están demasiado tiempo dejándote en paz, les recriminas que no se preocupan de ti.
Y la gente de tu entorno no tiene ni idea de qué hacer contigo. Si te compran un pijama de unicornios para las vacaciones en un iglú, pones mala cara. Si te piden que te quedes viendo todos los capítulos de la serie de Steve Urkel, pones cara de uva pasa. Si te dicen que puedes irte de casa cuando sea tu momento, te enfadas.
Y todo, porque no les dices qué te pasa.
Perdón, porque no quieres decir qué te pasa. Y no lo dices porque no has indagado en tu propia historia para descubrirlo.
¿Y qué pasará cuando lo descubras? Que ya no habrá un motivo por el que culpar a los demás de tus pocas ganas de tirar hacia delante. Que cuando ya puedas poner día y hora al inicio de tu tristeza, esa tristeza perderá poder. Y sólo quedarás tú y tus ilusiones.
¡¡Ahhhh, es eso!! ¿Te has dado cuenta de que no tienes ilusiones? ¿Era eso?
¿O es que tienes tantísimo rencor acumulado que lo has transformado en tristeza para sobrevivir? Es eso. Tú sabes que cuando descubras el origen de tu tristeza vas a tener que perdonar «aquello». Y en el fondo no quieres perdonar. Te crees muy poderosa por almacenar ira dentro de ti.
Pues perdona que te diga, tú guardas ira, pero quienes te producen esa ira están bailando los mejores éxitos de Spotify sin anuncios ahora mismo. Y gratis.
Mientras vas por el mundo con esa cara de estar más triste que un perro sin cola podrías hacer algo por ti. Podrías coger un papel y un boli y ponerle palabras a lo que llevas dentro.
Mejor aún, podrías hablar de tus recuerdos, de tus nostalgias, de tus miedos, de tus rencores, de los peores momentos de tu vida, de los deseos que no te atreves a pedir, de la niña que fuiste y no ha querido crecer, de los incovenientes de luchar por tus sueños, de los que se fueron y no volverán, de los mensajes que borraste antes de enviar y de las llamadas que menos mal que se perdieron.
Sácalo. Sácalo todo y no te dejes nada para después de publicidad que ya será demasiado tarde.
Hablar de tus sentimientos no sirve de nada si prefieres vivir tu vida con una ropa que huele a tristeza podrida.
Cuanto antes empieces a vaciarte de todos esos pensamientos, sentimientos y emociones que te dañan, antes empezarás a ser feliz.
Ir de víctima no tiene tantos beneficios. Es mejor ser la influencer de tus ganas de vivir.
Y si sé lo que te pasa es porque yo también he tenido mis momentazos de tristeza mal llevada. Pero me di cuenta que la tristeza no te deja el pelo más brillante ni te sirve para pedir descuentos en las gasolineras, así que hazme caso.
Saca todo eso que llevas dentro y empieza a vivir tu transformación